sábado, 3 de septiembre de 2016

EL ROSTRO Y EL ALMA

EL ROSTRO Y EL ALMA   
                                                          El mas bello y santo rostro

El rostro y el alma comentarios: El rostro espejo del alma





Es bello extasiados, porque, está lleno de belleza. El rostro “feo” de Sócrates porque expresa la hermosura de todo el hombre y de este hombre concreto. Esta “optiman dispositionem”, como dice el
Aquinate, alcanza su máxima significación en la cabeza (caput) que “mira hacia lo más excelente del mundo” mientras que sus pies
hollan lo más inferior; posee pues “una óptima disposición respecto del todo” Allí, en la cumbre de la disposición, brilla el rostro del hombre. Sea “bonito” o “feo”, el rostro muestra y oculta, pero sobre todo  la unión alma-unidad cuerpo-alma o alma-cuerpo. Es símbolo de la racionalidad y de la voluntariedad de todo el sujeto que me mira y habla conmigo. Acierta la máxima popular que dice que “el rostro es el espejo del alma”; en realidad, espeja o refleja el todo. A medida que pasa el tiempo, vamos
“esculpiendo” el rostro desde dentro y en muchos casos egregios se ha logrado una gran belleza en un rostro de facciones feas.

Sabemos que
Aristófanes, sobre todo en las nubes, se burlaba de la “fealdad” de
Sócrates: ésta es confirmada por Jenofonte y por Platón. El primero
recuerda que es parecido a los silenos y en la misma obra es el propio Sócrates quien habla de su fea nariz respingada

. Recuérdese que los Seilenoi pertenecían al elemento masculino de la bulliciosa escolta de Dionisos y se caracterizaban por su fealdad; así lo reconoce Platón cuando dice que “es lo más parecido a los silenos” ; pero aquí, el sileno Sócrates con sus palabras nos pasma, no posee y nos deja
Podría también tomar el camino inverso poniendo un ejemplo
Opuesto: un rostro “bello” (por sus facciones) puede
Ser  expresión de una interioridad ; es decir, fea en sentido moral por la depravación progresiva del sujeto; sigue cumpliéndose en este caso la máxima popular “el rostro es el espejo del alma”. Prefiero los ejemplos positivos, como hace
Gregorio de Niza, para quien el rostro muestra la música “que se hace oír en el organillo humano” como “una mezcla de flauta y
de lira” y así las mejillas, la lengua, los labios que, cuando se abren
o se aprietan, “hacen el mismo efecto que los dedos de quienes regulan el aire de la
flauta y la armonía del canto”.
La armonía del “canto” metafísico puede contemplarse en
esa “llanura
de la verdad” que es la  sobre la cual el tiempo y la experiencia va
dibujando  su secreta historia; signo de la racionalidad del hombre, termina en la playas de las que sombrean la “ventanas del alma” que son los  Fray Luis de León, hablando del alma y Cristo su esposa, utiliza la imagen del amor esponsalicio y dice: “porque una gran parte de la hermosura está en los ojos, que son espejo del alma y el más noble de todos los sentidos”; son, por eso “como de paloma”; la apreciación del otro “comienza por los ojos” pues en ellos “se descubre o se muestra la belleza o torpeza del alma interior, y por donde entre dos personas más se comunica y enciende la afición”

En cierto modo, los ojos son su mirar. En el mirar se revela el hombre todo y en él, el mismo ser del todo; por eso, la
recta mirada es y es en cierto modo dulce ; es mostración del
yo desnudo y presencia de lo otro en su interior. Esa
mirada de pupila a pupila de un extremo momento límite en el cual dos personas se han dado  “esculpiendo” el rostro desde dentro y en muchos casos sin ver ennegreciente (la “mirada” de Sartre) que trata de reducirme a su para-sí, o sea a la nada ; sólo el espíritu del mal, que es destructivo del ser y del hombre puede, desde sus ojos, “mirar” de esa manera.
Todo el rostro está cifrado en la boca , y hasta cierto punto, podemos descifrarlo: los labios de mi padre, finos y apretados sobre el mentón fuerte, significando la recta severidad de su carácter;
simultáneamente, las comisuras levemente levantadas, eran las puertas de la sonrisa y del buen
humor; la sonrisa melancólica y enigmática de mi madre, expresiva del largo tiempo de la prueba. Los innumerables signos de
la boca que desciframos revelan el centro “muy interior” del alma.

Vehículo de la palabra interior que, pronunciada fuera, encarna sonoramente la verdad:
por eso la tradición originaria asignaba a la respiración (que mi boca
exhala) cierto poder espiritual que delata mi ritmo interior.
También es el vehículo de la voz . Como exclama el autor de el Cantar de los Cantares
en la inmortal traducción de Fray Luis: “Voz de mi Amado
es ésta” (nº 25), “suene tu voz suave, hermosa estrella”(nº 50-1). Así, en el sentir fundamental corpóreo, cada sentido, como ventana de una alta torre (figura del hombre) pre-anuncia la conciencia que es reflejo intencional del todo y de sí mismo. Quizá por eso Orígenes se sintió

autorizado –en el plano del misterio- a sostener la existencia de los
sentidos espirituales, aunque ni los ojos corporales ni el oído sensible se impresionen, ni el tacto palpe: este acontecer sucede pasivamente en el
alma. Orígenes cree descubrir un sentido de visión que ve cosas superiores a los cuerpos; de audición que escucha voces no sensibles; de gusto que es
capaz de saborear el Pan vivo bajado del Cielo (Jn, 6,33); de olfato
que siente el “buen olor de Cristo para Dios” (2 Cor. 2, 15); de tacto
por el cual el Apóstol San Juan dice “haber palpado con las manos
el Verbo de la Vida” (I Jn, 1, 1). Y así, los sentidos sensibles sirven al modo de espejo para vislumbrar los divinos sentidos

.
El término “espejo” ( speculum ) en sentido metafísico, significa,
inmediatamente, tabla de cristal azogada por la parte posterior para que refleje los objetos exteriores; mediatamente, y en sentido meta
físico, puede decirse que el rostro es como el cristal azogado
que refleja el alma que da el ser al todo. Por eso “refleja” a todo el hombre.
5.
El alma y las manos

. Así sucede también con las manos, tal
como lo indicó Aristóteles en su conocido texto, en el cual subrayo algunos términos: “Hay (...) semejanza entre la mano y el alma. Como la mano es el instrumento de todos los instrumentos, así el entendimiento es forma de las formas, y el sentido es forma de lo sensible”

Esa semejanza en efecto, como sagazmente comenta Santo Tomás, significa que el alma se hace todas las cosas en cuanto “el intelecto en acto es lo entendido en acto”

En esto se asemeja a la mano pues, en cuanto “instrumento de los
instrumentos” la mano ha sido  al hombre “en lugar” de los órganos 
con los que se ha provisto a los animales; análogamen
te, el alma ha sido  al hombre “en lugar” de las formas de todas las cosas para que pueda ser en cierto modo todas ellas cuando las conoce; de ahí
que el intelecto

sea potencia receptiva de todas las formas sensibles. De análogo modo, la mano puede asir o prender –inmediata o mediatamente- todas las cosas; es decir, puede asir o tocar todo el mundo tangible
aunque éste sea signo de un mundo in-tangible; en cierto modo la mano se hace todas las cosas sensibles cuando las ase o cuando esboza este asimiento.
La mano es signo de la racionalidad humana y tiene, por eso,
estrecha relación con la posición erecta. De ahí que sean
simultáneas inteligencia, posición erecta y manos. Jean Brun, en su
excelente libro sobre la mano y el espíritu,  muestra la estrecha correlación existente entre el verbo francés  (prender, asir) y comprende (comprender).

. En castellano, la primera acepción de “prender” es asir ; la tercera acepción de comprender es entender , penetrar intencionalmente una cosa; muy agudamente Brun hace notar que “la mano ase y toca lo que mueve, pero no puede ni asir ni tocar aquello que la mueve”. Así debe ser, porque cuando se vale de un instrumento (esta lapicera) la mano se comporta como causa instrumental subordinada (instrumento de instrumentos) a la causa principal que es mi voluntad iluminada por mi inteligencia. Si fuera
más lejos, entonces (en virtud del acto de ser participado de mi apetito racional) debería sostener que su influjo proviene de la
causa principal absoluta ... y la mano no puede asir ni la voluntad
ni la Causa absoluta. Pero su prender esto o aquello permite comprender  esto o aquello. Quizá por eso Brun sostiene “que todos los verbos de la mano acaban remitiéndonos a lo inasequible, del mismo modo que las palabras nos
remiten a lo inefable”.
 Entonces no resulta suficiente el análisis
fenomenológico de Heidegger: al considerar la espacialidad
del “ser-ahí” sólo percibe “lo a la mano” de la cotidianeidad; lo
útil es carácter de “lo a la mano” como su pertenencia a un todo de útiles

. Es también así pero es inconmensurablemente más, porque “lo a la mano” sólo secundariamente es un plexo de útiles pues la mano prende y comprende, ase y “entiende”; por eso, la orientación, el saludo, la caricia, el don de las manos abiertas o
la ira de las manos cerradas, trascienden a todos los
útiles. En este sentido, es verdad que el hombre “tiene” las manos (porque son un don) pero, estrictamente hablando, es sus manos.



Por ello el hombre, “toca”, “palpa”, transmite la veneración, el amor o el odio, la plegaria o el desaliento... y también “fabrica” instrumentos. Ni antes ni después, ni por encima ni por debajo, nadie “tiene” manos. Sólo el hombre es sus manos.
Nuevamente acierta Brun en su notable libro cuando afirma
que “la mano debe ser considerada como la verdadera medida del
hombre, porque es a la vez aquello por lo que el hombre mide y aquello por lo que él se mide”.

Al medir, inmediata o mediatamente, pre-conoce; “rodea” el
objeto o la persona, “entreabre” o “estira” el hombre las manos y
comprende aquello que “prende” o ase. Uno sabe cuando
alguien (una persona) “va a tocar”, va a “palpar” o a “explorar”
... y comprende cuando  ase. Y todo cuanto rodea al hombre es
Asible.
. Lo ase y lo mide por medio de instrumentos (desde los más primitivos a los más tecnificados) o lo ase
sin medios. El hombre es, pues, sus manos y por ellas
ase todo lo asible.

Para la tradición primordial, los cinco dedos de la mano son figura del hombre entero que consta de cabeza y cuatro miembros; sin entrar en la simbología de los dedos, uno por uno, es suficiente
señalar cómo el índice es signo de autoridad. En la Capilla Sixtina, en el fresco de Miguel Ángel, la mano del Señor “indica” con el índice extendido el acto de crear al hombre. 


Pero, más allá de esta simbología, para la tradición integral que ha
desmitificado y transfigurado todo cuanto existe, la mano expresa todos los sentimientos humanos transfigurados por la fe. El padre que “pone la mano” sobre la cabeza de su hijo, la mano del sacerdo
te que bendice; las manos del que recibe el orden sagrado, consagradas por la “imposición de
las manos” del Pastor. La mano es pues signo de poder, de fuerza, de amor; también en ella se engarzan ciertos signos: el anillo del Pastor, la alianza de los esposos como promesa de fidelidad. El hombre es sus manos y por ellas ase todo lo asible y, en la liturgia, ase lo aparentemente inasible


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